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Diez y media de la noche. Calle desértica, como tu cuello. Me lanzas miradas en carne viva mientras hablas por teléfono. Yo conduzco y sólo escucho el carmín de tu boca, tus suaves grietas como anillos de árbol: sabes que podrías ser mi madre. Tus deseos son incestos para mí.
Cuelgas. Me hago el huérfano. Giras las piernas hacia el sur y escucho el sonido de tus medias como piedras de mechero.
- Cambio de planes. Mejor tu casa – me dices, confiada.
Apago el taxímetro sin decir…